En estos últimos días he reflexionado sobre que cosas hacen y pueden hacer a una persona feliz, o por lo menos sentirse feliz.
Recuerdo cuando era un joven, como buscaba esa felicidad en los ascensos en el trabajo, en el licor, en la política y en muchas cosas que me hacían llenar vacíos que tenía desde que era un niño, y que quizás nunca lo había entendido o aceptado.
Me casé y Dios me dio la oportunidad de tener cuatro preciosos hijos, que hoy día son una gran parte importante en mi vida, junto con mi preciosa esposa.
Pero, aun así, en esos años de la década de los veinte, no entendía eso y seguía buscando la felicidad en el poder, en el dinero, en los estudios, en los ascensos y en muchas cosas que si bien es cierto llenaban mi vida en aquel momento, sus beneficios eran pasajeros y por ende, la felicidad se desvanecía una y otra vez.
A principios de los treinta conocí a Jesucristo, y debo confesar que sin darme cuenta al principio en lo que estaba haciendo, mi vida experimentaría un cambio tan radical que a partir de ahí mi felicidad iba a ser permanente. Debo decir, que aunque he tenido miles de problemas en estos años, muchos de ellos muy fuertes, no han logrado arrancar de mi corazón esa verdadera felicidad.
En estos días he analizado personas que me rodean, y puedo confirmar que lo que he dicho es cierto. Hombres y mujeres que en principio y a simple vista, lo tienen todo, posiciones, educación, dinero y hasta una buena familia, carecen de esta verdadera felicidad.
Situaciones de estas en muchos casos, provocan que el autoestima de la persona sea muy bajo, ya que no tienen nada o casi nada para levantarlo. En algunos casos, hay personas, que lo único que tienen es poder para dirigir a otras personas, y esto les llena de una falsa seguridad, o felicidad; y como forma de que su autoestima sea levantado, utilizan ese poder para lastimar, ofender y maltratar a quienes están bajo su autoridad; eso es digno de lástima, y trae un gran dolor, cuando en el corto plazo podrían perder este "único" motivo de satisfacer su ego o de dar felicidad a su vida.
Hace muchos años, me asaltaron y robaron mi celular, después de pasar un gran susto por las amenazas que me hizo el ladrón con un arma blanca. Conversando con otras personas que han vivido lo mismo, hemos coincidido en tres sentimientos que siguen a esta experiencia:
1. Miedo. En el momento del robo, se da un gran susto y miedo de que pudieran consumar las amenazas y ser agredido físicamente.
2. Enojo. Un sentimiento de cólera y pensar como no se defendió uno de ese asalto, que debí haberlo enfrentado, entre otros pensamientos
3. Tristeza. De sentirse sin el objeto perdido, y que se tendrá que incurrir en un nuevo gasto para cubrir algo que ya teníamos y que fuimos despojados.
Estando en esta situación y con esta combinación de sentimientos, orando el Señor me dijo algo que me marcó para siempre, y que me ha servido para aconsejar a otras personas que pasan por una situación similar; el Señor me decía ese día; "Johnny no permitas que te roben la paz y el gozo que hay dentro de ti, porque el día que eso pase, ese día si te habrán robado de verdad".
Que tremendo, me dí cuenta en ese momento, que lo que me habían quitado era algo material, algo que no representaba ni aportaba nada a mi paz y felicidad; y que como todos sabemos lo material pasa, y lo que hoy tiene gran valor, mañana no no tiene valor; (hoy sería motivo de burla por parte de los más jóvenes si aun permaneciera con ese celular, ya fuera de lugar y tiempo).
Entonces, la lección, es que aquellas personas que buscan su felicidad aun ante el dolor de otras personas, no han logrado nada; pero si el agredido, pierde su paz interna y su gozo (que solo Jesucristo lo da), entonces si habrá permitido que cualquiera se lo robe y verdaderamente le haga daño; por si lo contrario, mantenemos nuestra mirada en aquellas cosas que son eternas, nuestra felicidad, paz, gozo y todo lo bueno estará en nosotros y seremos siempre bendecidos,
bendiciones
martes, 16 de abril de 2013
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