El llamamiento de Dios es el mejor premio que puede recibir un hijo de Dios; un cristiano lavado por la sangre de Jesucristo, que ha experimentado un nuevo nacimiento.
Dios llamó a Moisés cuando este se acercó a la zarza que ardía. Moisés entró en contacto con Dios; veamos que él ya lo conocía, sabía que era el Dios de su pueblo, que había prometido sacarles de Egipto, sin embargo, Moisés, no se limitó solo a saber de su historia, sino quiso entrar en contacto, en comunión con Dios, entrar en su presencia y hablar con el Señor.
Al salir de su comodidad donde estaba en tierra de su suegro, emprendió un viaje con una tarea muy difícil; sacar a todo un pueblo de Egipto y cruzar el desierto, pero además, convencer al faraón para que dejara ir a Israel. La única que estaría a su lado sería su esposa Séfora y sus hijos.
Abraham fue llamado desde su tierra, de la paz de estar al lado de su familia, para ir a una tierra que no conocía, como extranjero a habitar en Canaán, con la promesa de que esa tierra sería de su descendencia, y sin poder compartir esto, porque nadie lo entendería, y hasta sería peligroso para su propia integridad. De igual manera, sería Sara la que estaría con él en toda esta experiencia y confiando de la misma manera que su esposo que Dios tendría algo grande para ellos.
Hoy Dios continúa llamando a hombres y a mujeres de igual forma; a tomar decisiones importantes que cambiarán su vida; sin ser entendidos por las personas que están a su alrededor; con proyectos difíciles que muchas veces no se pueden compartir porque nadie lo entendería. Pero en medio de todo esto la familia del pastor, compuesta por su esposa y sus hijos, serán los únicos que le acompañarán en este llamado, algunas veces más por respaldo que por convicción, pero ahí estarán al lado del siervo llamado por Dios.
Ahora, como dice el título de esta reflexión, Dios está llamando hombres y mujeres de carne y hueso para conquistar pueblos, naciones y toda la tierra donde el Señor nos pone a trabajar.
Aunque muchos no lo crean o cueste entenderlo el ministerio de pastor es un tanto solo y muy sufrido (me siento muy feliz de serlo y es un gran privilegio), lo que quiero decir, es que muchas veces nadie entiende las decisiones que se deben tomar, y será el tiempo quien finalmente terminará dando la razón. Se ora por todas las personas de la congregación, se atienden necesidades, se visita a las parejas en problemas, los enfermos en fin a toda la congregación; pero se está solo cuando se vienen los problemas, cuando vienen las tentaciones normales, cuando su familia atraviesa problemas internos.
La Palabra del Señor nos dice que debemos echar sobre él todas nuestras ansiedades. Ahora es importante empezar definiendo que es ansiedad: El concepto de ansiedad tiene su origen en el término latino anxiĕtas. Se trata de un estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo.
En otros casos también se menciona el miedo como un estado de la ansiedad. Tanto la agitación, inquietud, cambios de ánimo o el miedo; son producidos generalmente ante la gran responsabilidad que se tiene producto del llamamiento que hizo Dios.
Los problemas de la iglesia, la gran cantidad de proyectos que se manejan, las finanzas entre otros aunado a los problemas personales y las tentaciones que se pueden vivir, causan un nivel de ansiedad que muchas veces lleva al siervo a un estado de agotamiento, desilusión peligrosa para el futuro de su ministerio.
De ahí que la Palabra aconseja echar toda ansiedad sobre nuestro Señor Jesucristo, el único que puede llevar todas estas cargas y ayudarnos.
La segunda parte del versículo nos dice que él tiene cuidado de nosotros. O sea nos está diciendo yo se dé que tienen necesidades. El ha escuchado nuestras oraciones, nos ha visto luchar por la visión que nos ha dado, nos ha visto ayunar, vigilar y mover el mundo espiritual por medio de la oración; ahora nos dice, no te preocupes, yo me encargo de todo lo que tú necesitas, déjame a mí actuar en tu vida.
La Palabra nos dice que busquemos el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás viene por añadidura. Confiemos que el Señor hará lo mejor para nuestras vidas. Solamente, debemos dejar nuestras ansiedades sobre él, ya no llevarlas nosotros; un siervo o sierva que esté en angustia no podrá permanecer en quietud y paz en la presencia del Señor.
Gracias Señor por todos hombres y mujeres que has puesto en el Reino a trabajar en diferentes lugares, mi oración para que tu santo Espíritu les fortalezca y anime a seguir adelante. Gracias por haberme hecho parte de este llamamiento.
bendiciones