En estos días que estamos celebrando la Semana Santa; que debo aclarar que todos los días son santos, porque fueron creados por Dios; en este sentido los 365 días o 52 semanas son todos santos; recordamos la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
La Palabra del Señor nos dice en Filipenses que Él se despojó de toda divinidad y se hizo hombre, para vivir entre nosotros; humillando su deidad se igualó para habitar en este mundo. De ahí, después de predicar por espacio de unos tres años y discipular a doce hombres, a parte de la multitud que le seguían; fue llevado a la muerte en la cruz para cargar en él todos nuestros pecados y enfermedades y hacernos libres, rompiendo toda acta de los decretos que había sobre nosotros y que nos era contraria.
Sin haber cometido pecado, él se hizo pecado por nosotros, al cargar los pecados del mundo. A tal extremo, que el mismo Dios Padre tuvo que quitar la mirada de él, cuando Jesús clama Padre porque me has abandonado, ya que en él estaban los pecados de toda la humanidad.
Al morir Jesús y ser sepultado dice la Palabra en el libro de Mateo 27: 62-66 que llegaron a Pilato los principales sacerdotes y fariseos para solicitar que se asegurara el sepulcro, ya que temían que el cuerpo de Cristo fuera secuestrado por sus discípulos y se dijera que había resucitado, tal como lo había dicho Jesús cuando estaba vivo.
Es así como en el versículo 66 dice la Palabra que ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia para que la resguardase.
Ni con todo esto estos hombres religiosos, podían retener que Jesús resucitara de entre los muertos, una vez que había descendido a las profundidades para notificar a Satanás y a sus demonios que había pagado por el rescate del hombre. En el capítulo 28 de Mateo del 1 al 10 Jesús resucita y aparece a las mujeres que habían ido al sepulcro y las envía donde sus discípulos, para ser las primeras en predicar sobre la resurrección de nuestro Señor.
La muerte no podía sostener a Jesús; quien resucitó al tercer día como lo había indicado, trayendo nuestra salvación, para darnos vida eterna, además de sanar nuestras enfermedades y libertarnos de toda esclavitud.
Nuestro Señor es un Dios de milagros, quien aun al momento de su muerte, dice la Palabra en Mateo 27:50 al 53 que al momento de su muerte se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de santos se levantaron y que después de la resurrección de él vinieron a la ciudad y aparecieron a muchos.
Para tener los beneficios que nos ofrece la resurrección de Jesús, es necesario que todos vengamos a sus pies y entreguemos nuestras vidas para que él entre a habitar en nuestros corazones. Tal es el caso en el Mateo 15: del 29 al 31 donde muchos enfermos vinieron a los pies de Jesucristo y todos fueron sanados. A partir de aquí las vidas de estas personas, ya no fueron las iguales, ahora ellos serían testimonio del poder de Dios, seguirían a Jesucristo y ayudarían a otras personas a llegar a los pies de Cristo.
Cuando una persona ha sido llena del Espíritu Santo, la Unción poderosa y sanadora está con el para respaldar todo lo que haga. Jesús dijo que cosas mayores que las que él había hecho las harían también aquellos que le sigan. En el Libro de II Reyes 13 del 20 al 21 el cadáver de un hombre toco los huesos del Profeta Eliseo y resucitó, esto un año después de la muerte del profeta.
Jesucristo está tocando la puerta de nuestro corazón, solamente tenemos que abrirle nuestra vida para que él entre y nos de su salvación. Solamente rendirnos a sus pies y él hará milagros en nosotros y nuestras familias.
bendiciones